El Valle de las Lágrimas es un lugar mítico e imponente; conocido alrededor del mundo por la historia de supervivencia que se gestó entre sus cumbres. Motivados por el relato, un grupo de 40 montañistas (entre ellos 22 tucumanos) cruzó la Cordillera de Los Andes hasta llegar, 3.650 metros de altura después, al sitio donde ocurrió el milagro de los rugbistas uruguayos (ver “La historia...”)
“La montaña se camina con las piernas, con el corazón y la cabeza”, afirma Francisco Martínez Luque, guía de montaña y coordinador del grupo. La travesía dura tres días y se recorren a pie 50 kilómetros sorteando los obstáculos que se presenten.
“Era un desafío personal porque hasta hace dos años no hacía ningún tipo de actividad física -explica Augusto “Chino” López (53) para quien esta fue su primera experiencia en la alta montaña-. Se requería sacrificio y preparación, pero era una actividad en equipo como a mí me gusta. Además fui con mi hijo Evaristo y fue un momento de conexión con él”.
Las postales no terminan de abarcar la magnificencia de ese paisaje glaciar con sus desniveles, paredes de 100 metros y cumbres aún más altas. El Valle de las lágrimas es como un cuadro inacabado donde el blanco de la nieve deja paso a los valles con lagunas de deshielo y ríos.
Algo similar pasa con las sensaciones personales que se despiertan a cada paso. En el caso de César Pereira Posse (48 años), su historia con el Valle comenzó mucho antes de emprender el trayecto, cuando a los 12 años leyó sobre las vivencias que debieron afrontar los rugbistas uruguayos en Los Andes. “Lo que más te marca es la ambivalencia entre los paisajes majestuosos y la tragedia. Eso te conmueve profundamente”, afirma César con un tono de voz que se pierde en la introspección.
“Uno va a la montaña con algún propósito personal y eso se maximiza en un lugar tan especial como este, se trata de una historia de supervivencia muy fuerte. Se siente esa energía y los sentimientos se potencian. Te hace pensar sobre la inmensidad de la naturaleza y nuestra posición”, comenta Pablo Martínez Luque.
Junto a los caminantes marchan 10 mulas de carga y ocho caballos para cruzar el río Atuel, debido a la crecida; del otro lado los espera el campamento.
El Barroso
A 2.550 metros de altura la primera etapa del recorrido está completa y los 15 kilómetros iniciales completados. Al llegar al campamento El Barroso los montañistas comienzan a desempacar y a distribuirse entre los domos para pasar la noche.
En medio de un clima hostil en el que las noches y las madrugadas amenazan con temperaturas bajo cero, cualquier malestar se subsana con la comida. El menú preferido ante el hambre y el cansancio es un cabrito asado a la cruz acompasado con vinos. “El tiempo se congela entre charlas, uno vuelve a Tucumán teniendo nuevos integrantes en su familia”, destaca Augusto, feliz al recordar aquel espacio mágico que sólo puede crearse entre desconocidos que comparten un mismo propósito. Con el reloj puesto a las seis de la mañana, al día siguiente continuarán con los 11 kilómetros restantes.
Allá arriba
El primer retrato de la cima es una cruz de metal, ahora ya oxidada, que sirve de soporte para un centenar de rosarios que se mecen presentándole batalla al viento.
En silencio, algunos se acercan al memorial para añadir un nuevo recuerdo. El “Chino” deposita en la pila una foto suya con un amigo que ya no está. Como ofrenda cada caminante saca de su bolsillo o de la mochila una piedra recogida en el trayecto y la coloca en la apacheta.
¿Cómo describir los pensamientos que cruzan al llegar a la cima? “Te incita al respeto. Generalmente cuando uno llega a la cumbre de una montaña la festeja, se siente feliz por el logro. Sin embargo, cuando llegás al Valle de las Lágrimas te situás directamente en el escenario de la historia”, confiesa Martínez Luque. “Sentí alegría, especialmente por haber superado mis propios obstáculos y no haberme rendido en la caminata. Después nos sentamos un rato con el grupo y con el tiempo comenzamos a recordar lo que había pasado en ese lugar”, cuenta Augusto.
El regreso
Diferente a las ansias iniciales de la llegada, en el descenso hasta el campamento los músculos del cuerpo se sienten ligeros. Como si un enorme peso se hubiese aflojado. Ahora sólo queda la sensación de calma; el gusto que deja la perseverancia cuando se consigue lo que parecía imposible.
Esa energía se desprende del Valle de las Lágrimas, centro de la cordillera donde cuatro décadas y media atrás, la vida disputó un partido contra la muerte. Y le ganó.
> La historia detrás de la leyenda
Los sobrevivientes de la tragedia de Los Andes
En 1972, un grupo de rugbistas uruguayos (ex alumnos del colegio Stella Maris, de Montevideo) que viajaba hasta Chile sufrió un trágico accidente cuando su avión se estrelló en un tramo del Valle de las Lágrimas. Entre pasajeros y tripulación viajaban 45 personas. En la colisión murieron 13. El resto quedó a merced de las circunstancias. Varios fallecieron por distintos motivos y finalmente hubo sólo 16 sobrevivientes. La historia implicó una proeza de superviviencia por parte de los jóvenes, que pasaron 70 días expuestos a un clima hostil, sin ropa adecuada y racionalizando la poca comida que había en el avión. Los protagonistas de “La tragedia de Los Andes” esperaron por 10 días, pero ante el cese de la búsqueda, tomaron otras medidas: Nando Parrado y Roberto Canessa emprendieron una travesía de 11 días por la montaña en busca de ayuda en la frontera chilena. De ese modo lograron ser rescatados.